por Marisa González Montero de Espinosa, Madrid
Durante la época dieciochesca, la
Europa ilustrada contempla el Nuevo Continente como una tierra desconocida, mítica,
que alberga grandes riquezas y de la que se cuentan leyendas fabulosas; estas
características convierten a aquellos lejanos territorios en una especie de imán
para las grandes potencias, y en torno a ellos se van a dirimir una serie de
intereses económicos y ambiciones políticas. Sin embargo, sobre todo en la
segunda mitad de la centuria, la inclinación de los Estados del Viejo Mundo
hacia América tenía también un componente marcadamente científico, se
pretendía conocer su relieve, flora, fauna, habitantes, etc.
Estas navegaciones procuraban también entablar contacto con los habitantes
  del Nuevo Continente para estudiar su atrayente y extraña forma de vida.
  Efectivamente, los ilustrados necesitaban conocer a los naturales de aquellas
  tierras desde una doble vertiente: la biológica, que encuadraba al hombre en
  el conjunto de la naturaleza, y la antropológica, que analizaba su constitución
  física, la unidad o diversidad de su especie, sus diferencias raciales, lingüísticas,
  culturales, etc. Esta preocupación de los europeos por sus congéneres, tan
  alejados geográficamente, intentaba resolver una serie de preguntas vigentes
  en el Siglo de las Luces: el problema del poblamiento de América (cuestión
  importante en cuanto que estaba en juego la palabra de las Sagradas Escrituras),
  la supuesta inferioridad del hombre americano y el mito del gigantismo, que
  tenía sus raíces en la mitología clásica y que reaparecía cíclicamente
  en diversos períodos históricos.
Uno de los representantes de estos hijos de la Ilustración, cuya curiosidad
  hacia el Nuevo Mundo les llevó a viajar y a adentrarse en su suelo, fue Tadeo
  Haenke. Este naturalista, nacido en Bohemia, consumó sus estudios de Filosofía
  en la Universidad de Praga; inició después los de Medicina y los continuó
  en Viena, dónde fue discípulo del famoso médico alemán Stoll. Como
  precedente a su navegación alrededor del mundo viajó a los Alpes donde
  recolectó gran cantidad de vegetales y describió especies nuevas que incluyó
  en sus Observationes botanicae in Bohemia. Intentó asimismo participar en la
  expedición que preparaba Billings para encontrar el estrecho de Bering, pero
  la guerra turcorusa de 1787-1792 abortó dicho proyecto.
  Incorporación de Haenke a la expedición Malaspina 
        La idea de Alejandro Malaspina, cuando presentó -el 10 de Septiembre de 1788-
  a la aprobación real su proyecto de viaje científico y político alrededor
  del mundo, era dar un gran protagonismo a la Historia Natural. Este estudio de
  la Naturaleza, que a su vez influiría en la rentabilidad económica de
  aquellas naciones, abarcaría un amplio espectro: botánico, zoológico, geológico,
  agrícola, ganadero, minero, químico y, por supuesto, antropológico.  
  
Para cubrir estas facetas naturalistas debía seleccionar cuidadosamente el
  comandante las personas encargadas del análisis de las distintas ramas; para
  ello, Malaspina propuso a Valdés el nombre de Antonio Pineda como responsable
  y coordinador general del campo de las Ciencias Naturales; la elección se
  hizo efectiva el 9 de Diciembre de 1788. En calidad de ayudante y como
  especialista en la parte Botánica se nombró a Luis Née, el 4 Febrero de
  1789.
Pineda propuso entonces, como tercer componente del grupo, primero al discípulo
  de Chaveneau, Florián Coetanfeau, quien justificó su negativa por motivos
  familiares; posteriormente eligió al director del Gabinete de Historia
  Natural del Margrave de Badem, Carlos Cristiano Gmelin, pero su nombramiento
  fue desestimado por el Rey, ya que -según Valdés- "S.M. no quiere
  destinar en la expedición individuo alguno que no sea su vasallo" (1).
  Es evidente la falsedad de esta excusa, porque el puesto de naturalista fue
  ocupado, por fin, por Tadeo Haenke quien, por supuesto, no era súbdito del
  Rey de España.
Dicho científico checo contaba, a su vez, con el apoyo de sus maestros
  Jacquin y Born, quienes hicieron llegar sus recomendaciones a España a través
  de los condes Kageneck y Graneri, embajadores en Madrid de Austria y Cerdeña
  respectivamente (2). La aprobación de Haenke como miembro
  del proyecto malaspiniano tuvo lugar pocos días antes de la salida de la
  expedición; este naturalista llegó a Madrid el 20 de Julio de 1789, desde la
  capital española partió hacia Cádiz para ocupar su puesto en la "Descubierta",
  pero una serie de contratiempos le hicieron llegar a la ciudad andaluza pocas
  horas después de la salida de las corbetas.
En busca de sus compañeros de navegación embarcó entonces -el 19 de Agosto
  del mismo año- en la fragata "Nuestra Señora del Buen Viaje",
  camino de Montevideo; la mala suerte continuó acompañando a Haenke, porque
  cuando se divisaba la ciudad uruguaya -frente a Puente Carretas- el barco
  naufragó chocando contra unas rocas. Haenke aprovechó, durante su estancia
  en la capital uruguaya, para herborizar y recoger gran cantidad de plantas que
  envió posteriormente a España. El 23 de Diciembre partió hacia Buenos Aires
  y desde allí puso rumbo a Santiago de Chile, esperando encontrarse esta vez
  con las corbetas (3).
  El encuentro con sus compañeros de viaje 
        En la descripción haenkiana de este viaje
  desde la capital argentina a la chilena se encuentran ya pequeñas referencias
  a las poblaciones aborígenes de la zona. Efectivamente, en una carta fechada
  en Lima (el 12 de Septiembre de 1790) y dirigida posiblemente a Born menciona
  que, cerca de la ciudad de Córdoba, atravesó una ruta sumamente peligrosa
  habitada por los Puelches y Pehuenches que se comportaban con "una
  crueldad inhumana contra todo lo que no sea indio" (4). 
  
  Tanto en esta misiva, como en otra escrita (el 5 de Junio de 1790) desde la
  misma ciudad peruana (5) y dirigida también a su maestro,
  Haenke narra su enorme júbilo al reunirse -el 2 de Abril de 1790- con los
  miembros de la expedición en Santiago de Chile (6). Desde
  aquí, ya junto con el resto de sus compañeros de la "Descubierta",
  se dirigen primero a Valparaíso, luego a Coquimbo y, por último, arriban el
  20 de Mayo al puerto de Callao, en Lima.          
  
Los miembros de la expedición encargados del estudio de la Naturaleza
  emprendieron una serie de excursiones para examinar toda la zona limítrofe de
  la citada ciudad peruana; en concreto Haenke partió -el 15 de Junio de 1790-
  hacia Tarma y Huanaco, cuyo río comunica con el Marañón y empieza allí a
  ser navegable. Aunque las instrucciones recibidas por Malaspina no hacían
  referencia al estudio de los aborígenes, Haenke aprovechó este largo
  desplazamiento, previsto para unos 40 a 50 días, para desarrollar su faceta
  antropológica, analizando y describiendo al pueblo de los chunchos (7).
  Especifica las condiciones de vida de estos habitantes de las cercanías de
  los ríos Canayre y Mantaro (forma y material con el que fabrican sus chozas),
  sus características físicas (aspecto, coloración rojiza de la piel, etc.) o
  su inclinación a las borracheras, durante las que eran capaces hasta de matar
  (8).          
El 20 de Septiembre del mismo año parte la expedición camino de Guayaquil,
  de aquí ponen rumbo al puerto de Pericó (Panamá) donde tanto Haenke como Née
  herborizaron activamente, posteriormente salieron hacia Acapulco y por último
  arribaron, el 27 de Junio de 1791, al puerto de Mulgrave, donde de nuevo el
  naturalista checo se vio inmerso en el estudio antropológico.
Con los mulgraveses mantuvieron los expedicionarios un contacto muy estrecho
  basado en intercambios comerciales solicitados por los propios indígenas.
  Esto les permitió una descripción detallada de sus costumbres, modo de
  vestir, etc.; asimismo les dió la posibilidad de visitar los sepulcros de la
  familia del cacique, de dibujar a varios de ellos e incluso elaborar un
  vocabulario de su lengua (9); el método de trabajo seguido
  para la formación de este diccionario implicaba a muchos de los oficiales de
  la expedición -a pesar de que el protagonismo le correspondió a Espinosa y
  Tello-, ya que cada uno de ellos preparaba un glosario, que luego era
  contrastado con el de los demás. Ésta y otras experiencias similares le
  servirían posteriormente a Haenke para fabricar los glosarios de otras
  lenguas aborígenes, a las que haremos referencia más adelante.
Haenke, junto con otros oficiales como Espinosa y Tello o Bauzá, estudiaron a
  los tejunenses (10); éstos les dedicaron a su vez una serie
  de danzas y melodías, alguna de las cuales fue transcrita por el científico
  checo (11). Completó asimismo sus descripciones antropológicas
  adquiriendo una serie de objetos, que después enviaría a Europa, junto con
  sus colecciones de plantas; como muestra citaremos un sombrero -muy parecido
  al que llevaban el cacique y los indios mulgraveses- y un tocado, que
  actualmente se conservan en las colecciones etnográficas del Náprstek Muzeum
  de Praga (22.236 y 21.373 respectivamente).
El 13 de Agosto de 1791 llegaron a Nootka y entablaron relación con los aborígenes
  que vivían en la costa occidental de Vancouver; en principio la comunicación
  no resultó fácil porque los habitantes de este territorio se mostraban tímidos
  y recelosos. A base de regalos lograron los expedicionarios atraer a los indígenas
  y convivir con ellos; como fruto de este contacto estudiaron su modo de vida (organización
  social, creencias, religión, culto a los muertos) y sus relaciones
  comerciales, basadas en el intercambio de cobre. 
Durante su estancia en este archipiélago Haenke escribió Physica constitutio
  Insulae Nootkae (12), donde señala las características de
  la zona a nivel geológico, mineralógico, zoológico, botánico, etc. y donde
  apunta que la mayoría de las especies (tanto florísticas como faunísticas)
  eran propiamente americanas y, por supuesto, desconocidas en Europa. Asimismo
  volvió a manifestar aquí, igual que en Mulgrave, su afición musical
  transcribiendo el llamado "Canto de la alegría en Nutka" (13).
  
La "Descubierta" -que era la corbeta en la viajaba Haenke- después
  de Nutka se adentró por Monterrey y llegó al puerto de San Blas el 9 de
  Octubre. En una carta escrita por el botánico checo, al día siguiente de su
  llegada, se pone de relieve su enorme curiosidad e interés por los aborígenes
  americanos que iba conociendo en su largo periplo alrededor del mundo.
  Efectivamente, en la citada epístola (14) señala que
  simplemente por el hecho de observar a los indígenas merece la pena la
  realización de un viaje tan largo y penoso.
Seguidamente pasaron por Acapulco, continuaron por las islas Marianas y
  llegaron a las Filipinas; desde Manila partió el naturalista bohemio hacia
  Ilocos -al norte de Luzón- el 15 de Abril de 1792. En su recorrido por el
  interior de la isla (15) tomó todo tipo de precauciones al
  ser advertido de la existencia de una serie de naciones peligrosas: los
  Negritos (16), Zambales, Tinguianes e Igorrotes (17).
  
Haenke ubica a éstos últimos al norte de la ínsula citada, en una extensa
  zona muy próspera, rica en yacimientos de oro y otros metales, que utilizan
  para comerciar con sus vecinos (18); los define como pueblos
  bárbaros y salvajes que restringen al resto de las naciones el acceso a su
  territorio. Esta visión tan negativa de los Igorrotes contrasta con la de los
  naturales de Ilocos, que se distinguían -según el viajero bohemio- por su
  laboriosidad y habilidad en la elaboración de magníficos tejidos.
A finales de Mayo, en concreto el día 29, llegó al pueblo de Badoc, donde
  aproximadamente un mes después -el 23 de Junio del mismo año- murió su
  compañero Antonio Pineda. En homenaje a su difunto amigo, y en nombre de
  todos los miembros de la expedición, redactó Haenke (en latín) la inscripción
  del monumento levantado, en dicho pueblo filipino, en memoria del egregio
  naturalista (19).
Un año más tarde, el 20 de Mayo de 1793, llegaron las corbetas "Descubierta"
  y "Atrevida" al archipiélago de Vavao (Oceanía) y fueron recibidas
  por numerosas canoas, cuyos tripulantes daban muestras de afecto y simpatía.
  El eigue -término con el que estos naturales designaban a su jefe- agasajó a
  Bauzá y Haenke con una bebida fermentada, llamada cava, muy utilizada por los
  aborígenes (20) y obtenida a partir de raíces de tubérculos.
  Uno de los oficiales de la "Atrevida", Ciriaco de Cevallos, utilizó
  sus conocimientos lingüísticos para hacer de intérprete con los indígenas
  y elaborar un vocabulario de la lengua de los habitantes de Vavao (21);
  al igual que en el caso de los mulgraveses, la experiencia obtenida en la
  plasmación de estos diccionarios serviría a nivel metodológico a nuestro
  naturalista como base para confeccionar el de otros pueblos.
De vuelta a tierras americanas, llegaron los expedicionarios (el 23 de Julio
  de 1793) al puerto de Callao, en Lima. Haenke aprovechó esta estancia en
  tierras peruanas, al igual que hizo con la anterior (entre Mayo y Septiembre
  de 1790), para estudiar el entorno y sus habitantes; describió detalladamente
  todo lo relacionado con la ciudad de Lima, desde las calles a las casas,
  pasando por los lugares de ocio; se detuvo también en lo que consideró
  rasgos más llamativos: la carencia de fábricas, las manifestaciones
  religiosas, el estado de la ciencia, etc. Dibujó por último, el carácter,
  costumbres, vida cotidiana, ocupaciones, nivel de vida, sueldo y distracciones
  de los limeños.
Asimismo menciona que las dolencias más frecuentes entre los naturales son
  catarros, pleuresÍa y sarampión, pero también hace referencia a otras
  enfermedades con denominaciones extravagantes; como ejemplo de éstas últimas
  cita el llamado "abrazo del gigante o despedida de las corbetas" -en
  alusión a la "Descubierta" y la "Atrevida"-, que es el
  mal que padecieron los limeños en el año 90, cuando los barcos salieron del
  puerto de Callao. Su investigación de las condiciones sanitarias no acaba aquí,
  ya que Haenke recoge en un cuadro la morbilidad y mortalidad en el periodo
  comprendido entre el 1-12-1794 y el 30-11-1795 (22).
En esta segunda estancia en la capital peruana, decidió Malaspina -con la
  aprobación del Virrey del Perú- que Haenke recorriera a pie, junto con el
  artillero Jerónimo Arcángel, el camino hacia Buenos Aires; disponía para
  este recorrido hasta Octubre o Noviembre de 1794, atravesaría Huancavélica,
  Cuzco y Potosí, y estudiaría la flora, fauna y litología de la zona (23).
  En este viaje el ilustrado checo volvió a demostrar sus aficiones y dotes
  musicales, recogiendo canciones populares -como "El negrito casto de la
  sierra" (24)- en Casacpalca, Yauli y Jauja. Haenke
  menciona de nuevo a los "gentiles chunchos", habitantes de las
  orillas del río Mantaro, y los describe como unos seres pacíficos y
  sociables (25). El 6 de Enero de 1794 llega a Cuzco (26),
  recorre y describe las calles de esta ciudad, dibuja algunos de sus edificios
  (Templo del Sol, Castillo del Inca [27]) y recaba información
  sobre el modo de vida y las costumbres de sus habitantes (28).
  
  
  La vuelta a España de la expedición    
        Las corbetas partieron hacia España sin el naturalista checo, que decidió
  prolongar su estancia en aquellas lejanas tierras para seguir estudiando sus
  riquezas florísticas y faunísticas, y describiendo a sus gentes. En la
  prolongación de su viaje, Haenke llega a Arequipa e intenta fundar un
  cementerio público en las afueras de la ciudad, con lo que demuestra
  nuevamente su continua preocupación por los indígenas americanos. Desde allí
  escribe una carta a Malaspina (29) en la que relata su
  ascensión al gran volcán Mistí (cuya cima coronó con 13 indios el 4 de
  Abril), y su deseo de llegar a La Paz (30). Al mismo tiempo
  que arribaban a Cádiz (21 de Septiembre de 1794) sus compañeros de
  circunnavegación, el botánico bohemio emprende rumbo a la región de Mojos.
En estas zonas bolivianas prosigue sus
  investigaciones en favor de sus habitantes (analiza aguas minerales, intenta
  acrecentar la explotación minera o busca el modo de impulsar el comercio),
  recorre las antiguas misiones de los jesuitas y franciscanos, y se detiene en
  la elaboración de cuatro vocabularios de diferentes tribus aborígenes (31);
  en ellos recoge la denominación de algunos números cardinales, determinadas
  partes del cuerpo, ciertas expresiones coloquiales, nombres de animales y
  vegetales, vestimentas, utensilios, alimentos, etc. Para la formación de
  estos glosarios utilizó la metodología que había aprendido y practicado
  anteriormente, con los miembros de la expedición, en Mulgrave y archipiélago
  de Vavao. 
Un año más tarde, en Noviembre de 1795, se instala Haenke definitivamente en
  Cochabamba; allí establece una estrecha colaboración con el Gobernador de la
  provincia, Francisco de Viedma, quien comparte su interés en mejorar la zona,
  tanto económicamente como en lo relativo a las condiciones de vida de sus
  moradores. En esta región boliviana continúa Haenke su intensa actividad
  científica -botánica, zoológica y litológica-, que queda plasmada en su
  Introducción a la Historia Natural de la provincia de Cochabamba y
  circunvecinas con sus producciones (32).
En sus incansables andanzas, recorre las montañas y las misiones del Coni, en
  el partido de Yuracarées; allí, además de describir el terreno, no
  desaprovecha la ocasión de observar a sus habitantes (33).
  Hace un completo análisis antropológico: apunta el tamaño de la población,
  características físicas, vestimenta (parecida a la de los chunchos),
  costumbres, alimentación, etc. Asimismo señala también sus creencias
  religiosas, las luchas contra sus enemigos -los Solostos y Sirionós,
  habitantes de las cercanías del Río Grande- y las armas utilizadas contra
  ellos. El incansable viajero bohemio recoge también noticias sobre otra serie
  de pueblos habitantes de la Cordillera: los chiriguanos y chaneses (34).
  Viedma utiliza todos los datos recogidos por Haenke para rechazar la aplicación
  de un nuevo reglamento -en las misiones de los Andes- y defender los derechos
  de los indios frente a la opresión de ciertas órdenes religiosas (35). 
  
Posteriormente se adentró Haenke en la región de Chiquitos (36).
  Allí fue muy bien recibido por sus habitantes, con los que compartió algunos
  de sus conocimientos agrícolas y médicos. El afecto era mutuo, ya que el
  naturalista demostró gran aprecio por ellos y los definió como buenos, pacíficos
  y serviciales. Asimismo se detuvo en describir (37) sus
  características físicas (color de la piel, rasgos poco favorecedores), su
  afición a ir desnudos y su habilidad para la caza.
Haenke, en su segunda patria, Bolivia, mostró gran interés por la salud de
  sus habitantes, desarrollando sus conocimientos médicos y buscando
  determinados remedios a ciertas dolencias (38). Asimismo se
  adelantó a la llegada de la expedición de Balmis, inoculó a ocho niños la
  vacuna antivariólica e incluso costeó él mismo parte de los gastos
  derivados de ella (39). Pero no acaba aquí su labor
  sanitaria, ya que reclamó enérgicamente la creación de una Facultad de
  Medicina o Farmacia en Cochabamba, para acabar de una vez con charlatanes y
  curanderos (40).  
A lo largo de este pequeño recorrido por la vida y obra de Haenke hemos
  podido comprobar que no solo aportó sus conocimientos botánicos a la
  expedición Malaspina y a los ilustrados del Nuevo Mundo, sino que también
  puso gran empeño en remediar las carencias, dificultades y limitaciones de
  los moradores de aquellas tierras, tan injustamente tratados a veces por unos
  europeos que, aunque cultos y refinados, o por eso mismo, no se habían
  sacudido del todo su complejo de superioridad respecto de otros pueblos y
  razas. Haenke dio muestras en este aspecto de ser un científico en el sentido
  más moderno de la expresión, liberado -hasta donde era posible en su época-
  de prejuicios, pero además sensato, ecuánime, devoto del trabajo de campo,
  obsesionado siempre con la comprobación meticulosa y la experimentación no
  sujeta a trabas. Así pues, en este balance final no podemos dejar de subrayar
  junto a su faceta científica esa vertiente humanística: su preocupación por
  las enfermedades, las injusticias y las condiciones de vida en general de los
  pueblos que visitaba y estudiaba. En definitiva, Haenke representa, lo mismo
  que un gran número de viajeros de la Ilustración, el prototipo de ilustrado
  que merece ser reivindicado, desde la perspectiva actual, como pionero de la
  investigación moderna.              
  
  
  Marisa González Montero de Espinosa
  Universidad de Alcalá de Henares (Madrid)
  
  
  
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